Cuando un detergente se disuelve en agua y se agita, la agitación produce burbujas de aire dentro del agua, que interaccionan con el agua y los componentes del detergente. La pared de una burbuja de espuma es en realidad un “sándwich” de dos capas de moléculas de detergente con una fina capa acuosa entre ellas. Al ser muy ligeras, las burbujas ascienden rápidamente a la superficie del recipiente que contiene el detergente. Entonces, gradualmente, la capa acuosa va saliendo de la burbuja hasta que no queda nada que la mantenga intacta, por lo que la burbuja explota.
La producción de espuma de un detergente viene determinada por el tipo de tensioactivo que éste contenga, aunque también se puede incrementar mediante aditivos espumantes que se agregan a la fórmula, ya que la gente tiende a relacionar la capacidad de producción de espuma con la capacidad limpiadora, aunque la espuma no tiene nada que ver con la eficacia de un detergente. La espuma desempeña un pequeño o nulo papel en la acción limpiadora de un detergente, y en algunos casos llega a ser incluso una molestia.
Por ejemplo, en la limpieza de los suelos, el uso de un detergente muy espumoso implicará un gasto excesivo de agua para su aclarado, y en una lavadora automática de piezas, como el proceso de lavado emplea una gran concentración de detergente en una pequeña cantidad de agua, si se usa un detergente muy espumoso, todo el agua debería incorporarse a la espuma, con lo que no quedaría agua disponible para el verdadero lavado.